Ni donostiarra naiz. Ez naiz euskalduna, bainan “euskotarra” bai...
Soy donostiarra. No hablo euskera, pero soy vasco. Sí...
Soy un aborigen donostiarra, nacido a mediados del siglo XX de la era judeo-cristiana, en la antiguamente conocida, según algunos, como Oeaso.
Soy donostiarra. No hablo euskera, pero soy vasco. Sí...
Soy un aborigen donostiarra, nacido a mediados del siglo XX de la era judeo-cristiana, en la antiguamente conocida, según algunos, como Oeaso.
Soy “grosero” (del barrio de Gros), donostiarra (nacido en Donostia-San Sebastián) como mi madre y como mi padre (Mi abuelo paterno nació en la calle Puerto del casco viejo donostiarra), guipuzcoano, vasco, vasco-navarro (mi abuelo materno nació en el casco viejo de Pamplona, y en su compañía desarrollé una intensa relación emocional con los territorios de las riveras del Bidasóa, desde Endarlaza hasta Santesteban), medio español y medio “gabacho” (mi bisabuelo materno era francés, y Lancelot...), estoy emparentado también, entre otros, con los indígenas de la pampa (mi abuela paterna nació en Argentina, hija de emigrantes guipuzcoanos) y de Norteamérica (antepasados franceses emigraron a Canadá y a Estados Unidos, y descubrieron, entre otras cosas, que les gustaban “las indias”...) Soy europeo y sé que tengo parientes consanguíneos en todos los continentes, en todas las culturas y en todos los subconscientes colectivos...
Huérfano de madre antes de llegar a la adolescencia, mi figura materna de referencia ha sido la madre de mi madre, mi abuela materna, nacida y criada en un caserío próximo al río urumea, entre las faldas del Jaizkibel y las cuevas de Landarbaso.
Con los años he desarrollado una fuerte relación emocional con mi territorio de nacimiento o territorio-madre, expresión personal del arquetipo materno de la Madre Tierra. Y entiendo que el espíritu de mi “matria”, nace de la realidad territorial de San Sebastián-Donostia como mi ciudad-madre.
Soy fruto de mi espacio y de mi tiempo. En la cultura vasca, al igual que en muchas otras culturas aborígenes, el “Arquetipo Materno” se extiende, además de a la madre biológica, a otros númenes protectores y destructores, tales como la Madre Tierra, la Naturaleza, la patria o más bien la “matria”, la Diosa Mari...
Dice Mircea Eliade que: “Entre los actuales europeos sigue vivo el oscuro sentimiento de una misteriosa solidaridad con la tierra natal. No se trata de un sentimiento profano de amor a la patria o a la provincia; tampoco es admiración por el paisaje familiar o la veneración de los antepasados, enterrados durante generaciones alrededor de las iglesias de los pueblos. Es otra cosa: la experiencia mística de autoctonía, el sentimiento profundo de que se ha emergido del suelo, de que se ha sido parido por la tierra, de la misma manera que la tierra ha creado, con incansable fecundidad, rocas, ríos, árboles y flores. Ese es el sentido en que se debe comprender la autoctonía: uno se siente parte de las gentes del lugar, y es una sensación de estructura cósmica que sobrepasa con mucho la solidaridad familiar ancestral.”
Huérfano de madre antes de llegar a la adolescencia, mi figura materna de referencia ha sido la madre de mi madre, mi abuela materna, nacida y criada en un caserío próximo al río urumea, entre las faldas del Jaizkibel y las cuevas de Landarbaso.
Con los años he desarrollado una fuerte relación emocional con mi territorio de nacimiento o territorio-madre, expresión personal del arquetipo materno de la Madre Tierra. Y entiendo que el espíritu de mi “matria”, nace de la realidad territorial de San Sebastián-Donostia como mi ciudad-madre.
Soy fruto de mi espacio y de mi tiempo. En la cultura vasca, al igual que en muchas otras culturas aborígenes, el “Arquetipo Materno” se extiende, además de a la madre biológica, a otros númenes protectores y destructores, tales como la Madre Tierra, la Naturaleza, la patria o más bien la “matria”, la Diosa Mari...
Dice Mircea Eliade que: “Entre los actuales europeos sigue vivo el oscuro sentimiento de una misteriosa solidaridad con la tierra natal. No se trata de un sentimiento profano de amor a la patria o a la provincia; tampoco es admiración por el paisaje familiar o la veneración de los antepasados, enterrados durante generaciones alrededor de las iglesias de los pueblos. Es otra cosa: la experiencia mística de autoctonía, el sentimiento profundo de que se ha emergido del suelo, de que se ha sido parido por la tierra, de la misma manera que la tierra ha creado, con incansable fecundidad, rocas, ríos, árboles y flores. Ese es el sentido en que se debe comprender la autoctonía: uno se siente parte de las gentes del lugar, y es una sensación de estructura cósmica que sobrepasa con mucho la solidaridad familiar ancestral.”
Sí, los aborígenes somos así. Y no solo en Europa, la autoctonía es un sentimiento experimentado por las culturas indígenas en todo el mundo.
Una de las formas arquetípicas genuinas de nuestra cultura vasca es esa forma sin contenido que es el espacio vacío. El cromlech es un círculo de piedras que delimita un espacio vacío y sagrado. Cuando el artista prehistórico se situaba fuera, veía dentro el útero materno arquetípico, el Gran Hueco-Madre del cielo, el Gran Misterio...
En palabras de Jorge Oteiza: “Antes desde lo figurativo, el cazador mágico del paleolítico sujeta la imagen del animal (el bisonte-historia) en sus pinturas rupestres del interior de su refugio natural. Ahora, desde lo abstracto, en este cromlech neolítico, inventa el artista, en el mismo espacio exterior de la realidad, la habitación para su raíz metafísica, la intraestatua –almario-, su intrahistoria, que diría Unamuno. El hombre se ha puesto fuera de sí mismo, fuera del tiempo. Solución estética –razón religiosa- de su suprema angustia existencial”.
Una de las formas arquetípicas genuinas de nuestra cultura vasca es esa forma sin contenido que es el espacio vacío. El cromlech es un círculo de piedras que delimita un espacio vacío y sagrado. Cuando el artista prehistórico se situaba fuera, veía dentro el útero materno arquetípico, el Gran Hueco-Madre del cielo, el Gran Misterio...
En palabras de Jorge Oteiza: “Antes desde lo figurativo, el cazador mágico del paleolítico sujeta la imagen del animal (el bisonte-historia) en sus pinturas rupestres del interior de su refugio natural. Ahora, desde lo abstracto, en este cromlech neolítico, inventa el artista, en el mismo espacio exterior de la realidad, la habitación para su raíz metafísica, la intraestatua –almario-, su intrahistoria, que diría Unamuno. El hombre se ha puesto fuera de sí mismo, fuera del tiempo. Solución estética –razón religiosa- de su suprema angustia existencial”.
La mayoría de las personas que conozco no solo no se interesan por estas cuestiones, sino que les traen al pairo. Soy raro, lo sé. Tengo una gran vena trascendente, lo sé. Algunas personas próximas me lo han llegado a echar a la cara, como si fuera algo malo. Pero que le vamos a hacer, soy librepensador y libresentidor...